Es difícil superar la zona central de Chile en vino y gastronomía; desde vinotecas urbanas hasta viñedos a la sombra de los Andes, los escenarios abarcan de lo vibrante y dinámico hasta lo deliciosamente relajado.
Se empieza con unas cuantas noches en Santiago, para pasear por el casco histórico, almorzar marisco en el Mercado Central, visitar La Chascona –la casa de Pablo Neruda en Bellavista–, beber champán en Bocanáriz o ver danza experimental en el Centro Gabriela Mistral.
En las afueras de Santiago se producen tintos con cuerpo, desde el Viña Concha y Toro, de gran éxito comercial, hasta el Viña Aquitania, de una bodega artesana; o bien se pueden probar los blancos del Valle de Casablanca, donde en marzo cabe participar en la vendimia del Viña Casas del Bosque. En verano, el Santa Cruz Tren Sabores del Valle ofrece servicios ferroviarios desde Santiago y catas en el tren.
Se sigue a Valparaíso para caminar por sus famosos cerros; montar en vetustos ascensores, como Cerro Concepción, el más antiguo de la ciudad; caminar entre grafitos; entrar en La Sebastiana, el refugio de Neruda; y darse un festín de pescado. Después de tan agotadora caminata, lo mejor es relajarse en ciudades turísticas como Viña del Mar, Zapallar o Maitencillo, perfectas para una escapada playera.
Se termina en la región vinícola más conocida de Chile, el valle de Colchagua. Tras pernoctar en Santa Cruz se visita el Museo de Colchagua, antes de montar en un carro en Viu Manent o disfrutar de un opíparo almuerzo de precio fijo en Lapostolle. Después se puede surfear en Pichilemu o visitar las bodegas menos conocidas del valle del Maule.